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LIBRO: "ACCION VERAPAZ"

www.accionverapaz.org
Una apuesta por el ser humano
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Acción Verapaz se ha propuesto como objetivo desde su fundación, no sólo recabar fondos para proyectos de
cooperación en países empobrecidos, sino también analizar las causas que crean las situaciones de pobreza, a veces
extrema, a las que se pretende hacer frente a través de los proyectos, y buscar vías de salida o alternativas al actual
modelo de organización social, económica y política, que se puede definir como globalización capitalista, causante de
las mismas, pues mantenemos la firme convicción de que “otro mundo es posible”.
A este segundo objetivo lo llamamos tarea de sensibilización. Esta tarea se dirige a todos los sectores y públicos, pues
en un mundo globalizado los principios de la solidaridad y de corresponsabilidad deben ser universalizados. Pero
especialmente se dirige a los sectores más acomodados, que disponen de aquellos medios que permiten un estilo y nivel
de vida digos de una persona: trabajo con una remuneración digna, educación, acceso a los bienes y servicios que hoy
puede ofrecer el actual nivel desarrollo, etc., para recordarles que hay un porcentaje muy importante de la población
mundial que está excluida de ese nivel y estilo de vida y que todos debemos sentirnos concernidos, afectados y en alguna
medida responsables de esta situación.
Uno de los aspectos de esta tarea es la denuncia de hechos o situaciones de pobreza, marginación e insolidaridad
sobre los que nos parezca necesario alertar o poner de relieve su oposición a los principios de justicia o a los derechos y
dignidad de las personas. Por eso, en nuestro Boletín cuatrimestral hemos abierto desde hace algunos años una sección
titulada “Acción Verapaz toma la palabra”, para hacernos eco un de algún hecho negativo, porque son la mayoría, o
también positivo de la actualidad sobre los que nos parezca oportuno tomar postura.
Para análisis de mayor calado se decidió también desde hace años publicar cada año algunos “textos de denuncia”
sobre temas de actualidad, especialmente relevantes. La elección de los temas corre a cargo de la Junta Directiva de la
Federación en la primera sesión de cada curso. Allí se confía a la persona o personas, que se consideren las más adecuadas
por su experiencia y conocimientos, la redacción de un texto de análisis y denuncia para su posterior difusión vía on
line y a través de nuestros Boletines.
Ya llevamos publicados ocho de estos textos y nos ha parecido interesante reunirlos todos en un documento para
ofrecerlos conjuntamente en nuestra página web, con el fin de facilitar a las personas interesadas el acceso a los mismos
de manera rápida.
José Antonio Lobo
Secretario Ejecutivo de Acción Verapaz
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Últimamente pareciera que la naturaleza y una voluntad
perversa se hubieran unido contra el ser humano y se
hubieran puesto de acuerdo para incrementar los
sufrimientos de los más débiles, de los pobres. Así ha
ocurrido en Estados Unidos, México, Centroamérica, India,
Pakistán, Ceuta, Melilla,…
Pareciera como que las plagas bíblicas hubieran vuelto
a la tierra. Bajo la forma del hambre, que está forzando a
miles de personas del Sur a llamar desesperadamente a
las puertas del mundo rico. Bajo la forma de guerras, que
los países poderosos guiados por la ambición de poder y
de riqueza desencadenan contra los pobres. Bajo la forma
de peste del SIDA que, tantas veces olvidada, sigue
castigando a los países del Sur y produciendo miles de
muertes. Bajo la forma de huracanes, lluvias torrenciales,
terremotos… que incrementan esta mortandad entre los
sectores más vulnerables.
¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Y por qué éste se ceba,
sobre todo, con los pobres? Acudir a Dios como respuesta
resultaría sacrílego, pues al menos el Dios que nos reveló
Jesús de Nazaret es el Dios de los pobres, el que asume su
suerte y su causa y se compromete en su liberación. Este
Dios de Jesús no actúa directamente en la historia, sino
que la deja en nuestras manos, siendo responsabilidad
nuestra el que ésta camine hacia la vida o hacia la muerte.
La verdadera causa hay que buscarla en otra parte. Está
en las malas decisiones humanas, que se concretan en un
mundo estructuralmente injusto.
Y si no, ¿por qué un huracán, un terremoto, unas lluvias
torrenciales castigan más a los pobres que a los ricos?
Porque son más vulnerables y sus condiciones de pobreza
son la razón de que habiten en viviendas infrahumanas,
de que estén situadas en lugares inadecuados y sean débiles
ante las fuerzas desatadas de la naturaleza. Y explica que
los pobres no puedan evacuar una ciudad en peligro,
porque ni tienen medios para escapar, ni un lugar a donde
ir. ¿Por qué miles de personas se juegan la vida lanzándose
al mar en pateras? ¿Por qué se lanzan al asalto de las
alambradas que el mundo rico pone en sus fronteras,
impidiéndoles cumplir su sueño de llegar a él con la
Es
imposible
callar
J. A. Lobo y Dulce Carrera
¿Por qué miles de personas
se juegan la vida lanzándose
al mar en pateras?
esperanza de una vida mejor? Porque en sus países
conviven con el hambre, la violencia y no ven posibilidad
de un futuro mejor.
Ante esta situación, qué decimos: que de todo esto
somos responsables los habitantes del mundo rico, gracias
a nuestra ideología del mercado, que lleva al “sálvese quien
pueda”, y del expolio de estos países durante la colonia,
que continúa hoy a través de la deuda externa, del comercio
injusto y de las guerras de conquista. Y gracias también al
insostenible nivel de consumo del mundo rico, que lleva
al expolio de la naturaleza y al cambio climático, que es
una de las causas de la virulencia de los fenómenos
naturales, que ha producido desastres en tantos lugares.
Lo que está ocurriendo no es, pues, un “castigo de
Dios”, sino un “genocidio humano”, no menos escandaloso
que el genocidio nazi, si nos atenemos al número de
víctimas producidas por el hambre, el SIDA, las guerras:
el SIDA mata cerca de 3 millones de personas por año. El
hambre, 5 millones de niños por año. ¿Vamos a permanecer
callados? ¿Vamos a permanecer indiferentes? ¿Podemos
mirar a otro lado y pensar que esto no tiene que ver con
nosotros?
Desde Acción Verapaz, que ha nacido como una apuesta
por el ser humano, no queremos callar, por eso decimos
varias cosas. No al sistema que excluye, margina, expulsa…
y como solución para los que están fuera inventa vallas
con púas. No a la pasividad de los gobiernos del mundo
rico y de los organismos internacionales. No a la violación
de los Derechos Humanos, que se produce en los
movimientos migratorios. No al enfoque represivo en las
políticas migratorias. No a nuestra propia pasividad e
indiferencia. No al comercio de armas: toda la ayuda que,
durante un año, dan los países para el combate del SIDA,
representa sólo tres días de gastos en armas. No al uso
depredador de la naturaleza por parte de una minoría de
privilegiados.
Y en la misma medida afirmamos también varias cosas.
Sí a un orden mundial más justo y basado en el respeto de
las personas y sus derechos. Sí a la actuación de los
gobiernos y de los organismos internacionales que puedan
poner freno a tanto sufrimiento y tanta muerte. Sí a que se
respete el derecho a la solicitud de asilo de las personas
que proceden de países en guerra y con graves conflictos,
de los que no somos ajenos. Sí a la condonación de la deuda
externa, al comercio justo y a una ayuda humanitaria
rápida y organizada. Sí a una actitud de solidaridad y
compromiso por parte de todos: personas, sociedad civil,
Iglesias y organismos de todo tipo. Sí a una vida digna
para todos, cualquiera que sea su raza, nación o religión.
Sí a un uso racional de los recursos naturales, que suponga
respeto y cuidado de nuestra casa común.
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Lo que está ocurriendo no es,
pues, un “castigo de Dios”, sino
un “genocidio humano”.
No al efoque represivo
en las políticas
migratorias.
Sí a la vida.
No al genocidio de la pobreza.
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“¡Me muero de hambre!” Es el grito que expresa la
realidad de un holocausto de magnitud sobrecogedora,
que denuncia el egoísmo y la injusticia que dominan en el
mundo y que demanda compromisos de justicia y
solidaridad para que este grito se aplaque.
“¡Me muero de hambre!” Es el grito silencioso del 40%
de la humanidad (2.700 millones de personas) que viven
en condiciones de pobreza (menos de dos dólares diarios)
o de pobreza extrema (menos de un dólar diario). Es el
grito de 100 millones de niños que todavía no están
escolarizados en el mundo. Es el grito de 880 millones de
personas adultas que son analfabetas. Es el grito de más
de medio millón de mujeres que muere por causas
relacionadas con la maternidad (embarazo y parto). Es el
grito de millones de enfermos que mueren antes de tiempo
a causa del SIDA, malaria, tuberculosis y otras
enfermedades comunes por no tener acceso a servicios
médicos y farmacéuticos adecuados. Es el grito de 11
millones de niños y niñas que mueren en el mundo antes
de cumplir los cinco años. Es el grito de más de 2.000
millones de seres humanos que no tienen acceso a servicios
higiénicos y de saneamiento, y de cerca de 1.000 millones
que no tienen acceso a agua potable… Es el grito
desesperado de tantos miles de personas que, a diario,
están arriesgando su vida y lo poco que tienen en
desprotegidos “cayucos” (“pateras” o “yolas”) por mares
peligrosos en busca de otra orilla en la que al menos sea
posible la supervivencia.
“¡Me muero de hambre!” Es el grito de millones de
heridos y medio muertos en los márgenes de nuestra
sociedad tecnológica y globalizada, que denuncian con su
sola presencia las contradicciones existentes en la misma y
reclaman con toda razón que “otro mundo tiene que ser
posible”. Es el grito que exige responsabilidades (“¿qué
has hecho de tu hermano…?”). Naturalmente, porque la
pobreza y el hambre no son fruto del azar o la necesidad,
tampoco lo son de la buena o mala fortuna, sino que
fundamentalmente son el resultado de una determinada
forma de organizar la vida económica y política y, por lo
mismo, tiene que ver con la libertad y responsabilidad
humanas. Hoy la pobreza y el hambre no son males
Me muero
de hambre
Bernardo Cuesta
Es el grito que denuncia el
egoismo y la injusticia que
dominan el mundo.
inevitables, la humanidad cuenta con alimentos,
tecnologías y recursos suficientes para atender
adecuadamente a una población mucho mayor de la actual,
lo que pasa es que los recursos están mal repartidos y,
muchas veces, mal utilizados. Por eso, este grito (¡me muero
de hambre!) es una llamada acusatoria que demanda
responsabilidades (¡me estás matando de hambre!) a
quienes lo provocan (organismos económicos y financieros
internacionales, sobre todo), a quienes teniendo poder para
evitarlo lo consienten (gobiernos nacionales y organismos
políticos supranacionales) y a quienes con nuestro estilo
de vida, silencio e inhibición ante semejante catástrofe
humanitaria nos volvemos cómplices de este sistema
económico y político injusto.
“¡Me muero de hambre!” Este grito no es sólo denuncia,
es también una llamada a la justicia y solidaridad de todos
para ayudar a que la cuerda que aprisiona se rompa y una
vida más humana sea posible para todos. En este momento,
es llamada, en primer lugar, a los 189 jefes de Estado para
que cumplan los compromisos que asumieron al firmar, en
septiembre del año 2000, la Declaración del Milenio, por la
que se comprometían a trabajar juntos para construir un
mundo más justo, igualitario y seguro antes del 2015, y para
lo cual se propusieron ocho Objetivos de Desarrollo del
Milenio, que venían a ser los deberes que la comunidad
internacional se imponía para acabar con el hambre, eliminar
la desigualdad de género, garantizar el acceso a la educación,
a la salud y al agua potable y eliminar la degradación del
medio ambiente. Es llamada a la responsabilidad y
coherencia de la comunidad política internacional, pues seis
años después de aquella aprobación solemne, los datos que
ofrecen los últimos informes de los organismos
internacionales afirman que no sólo no se está avanzando
en la consecución de esos objetivos para los plazos fijados,
sino que en algunos aspectos se está retrocediendo. Y, sin
embargo, cumplir esos objetivos es enteramente factible,
bastaría con cambiar la hoja de ruta política de algunos
países. Veamos un ejemplo: Naciones Unidas estima que
serían necesarios 100.000 millones de dólares anuales hasta
2015 para cumplir los Objetivos del Milenio. Sólo el
presupuesto 2005 de Estados Unidos en Defensa ascendió a
500.000 millones de dólares, un 41% más que en el año 2001.
Este grito (“¡me muero de hambre!”) es llamada a la
ciudadanía mundial para que exijan a sus gobernantes que
se dejen ya de palabras y cumplan los compromisos que
vienen asumiendo en los distintos organismos
internacionales a favor del desarrollo de los pueblos, y
para que promuevan políticas sociales de alcance
internacional orientadas a paliar las desigualdades
existentes y a superar las formas más lacerantes de miseria.
Resulta vergonzoso que, después de tres décadas de
crecimiento acelerado en los países ricos, tengamos que
seguir reivindicando a nuestros gobiernos que dediquen
el 0,7% de su PIB para ayudar al desarrollo de los países
menos desarrollados, una reivindicación planteada ya en
la sede de Naciones Unidas en 1974 y que, a excepción de
media docena de países, nadie cumple todavía. La misma
vergüenza deberían sentir las entidades financieras
internacionales y los gobiernos acreedores cuando desde
la sociedad civil se les pide que cancelen la deuda externa
a países extremadamente pobres, porque esa deuda ya ha
sido pagada con creces, porque fue acumulándose en base
a tipos abusivos de interés, porque en muchos casos fue
contraída por gobiernos corruptos y porque está
hipotecando cualquier posibilidad de desarrollo a esos
países y condenando a muerte temprana o a una vida
inhumana a los colectivos más pobres de esos mismos
países. Y qué decir de las injustas relaciones comerciales
existentes a nivel internacional… ¿Resulta coherente y justo
que organismos internacionales, como el Fondo Monetario
Internacional (FMI), exija a los países pobres políticas de
liberalización total de sus mercados, a la vez que los países
ricos (con mayoría decisoria en el FMI) siguen protegiendo
sus mercados con barreras arancelarias que cuestan a los
países menos desarrollados 100.000 millones de dólares,
el doble de lo que reciben como ayuda al desarrollo?
Porque todo esto es claramente injusto, los ciudadanos
estamos urgidos a levantar la voz –individual y
colectivamente‑ para que no se sigan cometiendo
semejantes abusos y tropelías, y se cambien las políticas
interesadas por políticas no discriminatorias y orientadas
al desarrollo de los pueblos menos favorecidos. En esta
tarea vienen trabajando desde hace tiempo muchos
colectivos sociales y organizaciones ciudadanas, y con este
6
Es llamada a la responsabilidad
y coherencia de la comunidad
política internacional.
Es el grito de millones de
heridos y medio muertos en los
márgenes de nuestra sociedad.
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mismo fin la Alianza Española contra la Pobreza ha
organizado durante este mes de octubre [2006] una nueva
campaña titulada Rebélate contra la pobreza. Más hechos,
menos palabras.
¡Me muero de hambre!” Es un grito dirigido a todos y
cada uno de los seres humanos. Ante él podremos tapar
nuestros oídos porque nos resulta molesto y cuestiona
nuestro modo de vida; ante él podremos desentendernos,
encerrados en nuestra conciencia individualista y ególatra
(¿soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?). Pero también
podemos escuchar y atender responsablemente ese grito.
Sólo entonces nuestra vida será verdaderamente humana.
Es un grito dirigido
a todos y cada uno de los
seres humanos.
Es llamada, en primer lugar, a los 189 jefes de Estado para
que cumplan los compromisos que asumieron al firmar,
en septiembre del año 2000, la Declaración del Milenio.
Me ha costado mucho sentarme a escribirte. Y eso que soy
una de las pocas personas aquí que puede hacerlo. ¿A que te
resulta extraño que te diga esto? Claro, donde tú vives, lo
normal es eso: que la gente sepa escribir, que pueda leer y
calcular el precio de las cosas, recibir bien los cambios de sus
pagos, ir a la escuela, jugar con mil cosas.... Y, ¿sabes?, aunque
eso sea normal para ti, tienes que saber que eso no pasa en
todas partes. La mayoría de las personas que vivimos en este
planeta no tenemos esas condiciones de vida. Abre los ojos,
mira bien, y verás que este mundo es pobre, que tú eres una
excepción.
Te conozco bien. Ya sé que no te bastan mis palabras.
Conozco vuestro modo de pensar. No bastan ni nuestros
rostros en vuestros telediarios, ni nuestras historias ni
nuestros paisajes. Necesitáis datos. Pues mira, esto es lo que
decís vosotros en vuestros informes oficiales: 2.700 millones
de personas viven con menos de 2 $ USA diarios, algo así
como 1,39 €. Este es el 40% de la población del planeta; 800
millones de personas no pueden acceder a la comida
necesaria para alimentarse; 1.200 millones de personas no
tienen acceso al agua potable; el 10% de la población mundial
disfruta del 70% de las riquezas del planeta; el 70% de las
personas pobres del planeta son mujeres; el 75% de las
personas pobres del planeta son campesinos; el 50% de la
población mundial dispone del 5% del ingreso mundial.
Impresiona, ¿a que sí? Verás, sólo he querido mostrarte
cómo decís vosotros que son las cosas. ¿Sabes qué significa
esto para nosotros? Que yo me levanto al alba, y cuando lo
hago, mi mamá lleva ya horas despierta para hacer el fuego,
calentar un poco de frijol y hacer las tortillas con las que voy
a desayunar. Eso si tengo suerte y hay bastante en la casa. Si
no, un café y caminando a la escuela. Yo no la tengo lejos, llego
en media hora, pero algunos de mis compañeros caminan
horas para llegar. Eso si no llueve, porque si llueve (y seguro
nunca has visto llover como lo hace aquí), es imposible llegar.
El maestro sólo viene tres días y medio en semana, y ahí
concentra sus horas de clase. Por supuesto, no tenemos
materiales escolares. Un lápiz y un cuaderno son tesoros que
hay que cuidar con mucho mimo. El resto del tiempo no lo
pasamos jugando, o aprendiendo inglés, o haciendo deporte;
nos toca colaborar en casa: hay que dar de comer a los
8
¡Abre
los ojos
y mira!
J. M. Contreras, B. Ibáñez y M. Arza
1.200 millones de personas
no tienen acceso
al agua potable.
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animales, ir al monte a por leña, traer el agua, encargarse de
los hermanos pequeños o ayudar a los padres en los trabajos
del campo. ¿Sabes qué pasa si te pones enfermo? El médico
más cercano está a horas de camino. Eso si es que mis padres
pueden pagar los medicamentos, que no siempre sucede. Así
que mejor ni pensar en ponerse malo.
Así vivimos y crecemos. Esto es lo poco que aprendemos.
Y como podemos, salimos adelante. Y ¿sabes?, no te cuento
todo esto con rencor. No es un reproche. No te estoy riñendo.
Es que necesito que lo sepas, que abras los ojos, que mires y
veas, que te fijes bien. Sé que eres una buena persona. Sé que
todo esto, como a mí, te queda grande, que escapa a tus
posibilidades de actuación. También comprendo que vivas
tranquilo porque has logrado justificar tu impotencia. Y sé,
cómo no, que tu mirada está limitada a lo que ves todos los
días, a la tele y si acaso, al periódico que se lea en tu casa. Pero
necesito, necesitamos, algo más.
A mí no me gusta el mundo así. Y no porque me haya
tocado nacer de este lado y a ti del otro. Eso no lo elegimos.
Nos toca y ya está. Es que esa es la única diferencia real entre
tú y yo. Y es profundamente injusta. Y eso lo podemos
cambiar. Yo no quiero que mis hijos ni los tuyos nazcan,
crezcan y vivan con esa injusticia a sus espaldas. Es verdad
que podríamos decidir ignorarla, pero piensa que ya ni
siquiera vosotros, en vuestra parte del mundo, escapáis a los
estragos que vuestra opulencia está causando en el planeta.
Tenemos que poder hacer algo. Si no, seguiremos muriendo
a cada paso.
Por eso te escribo, porque se me ha ocurrido una idea.
Verás, no podemos decidir de qué lado nacemos. Pero sí
podemos decidir del lado de quién estamos. Yo quiero poder
contar contigo. Quiero transformar esto, es preciso y urgente
hacerlo. Necesito, necesitamos, que abras los ojos. Necesito,
necesitamos, que tus manos trabajen con las nuestras para que
este mundo en que habitamos destierre para siempre la
pobreza. Sólo hace falta voluntad. Todo lo demás ya lo
tenemos. Sólo necesito, necesitamos, saber que quieres
hacerlo. Que queréis hacerlo. Que queremos hacerlo.
Te estamos esperando. Date prisa.
¡¡Rebélate contra la pobreza!!
El 50% de la población
mundial dispone del 5%
del ingreso mundial.
Este fue el tema tratado en el VIII Encuentro de
Derechos Humanos organizado por la Comisión de
Derechos Humanos de Acción Verapaz. Cada año se
celebra este Encuentro en la proximidad de la fecha en que
la Asamblea de las Naciones Unidas hizo su Declaración
de Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948.
Si por Derechos Humanos entendemos aquellas
facultades o valores que corresponden a toda persona para
la garantía de una vida digna, disponer de una vivienda
constituye uno de esos derechos. Así lo reconocen la
Declaración de las Naciones Unidas y el artículo 47 de la
Constitución Española, pues carecer de un techo supone
para una persona y una familia una merma en sus
posibilidades de vida digna.
Ocurre que del dicho al hecho siempre hay un trecho,
que se manifiesta en la dificultad de conseguir este
derecho por parte de muchas personas, jóvenes y no
jóvenes y en la multiplicación de las manifestaciones para
reivindicar una vivienda digna. Los eslóganes que en ellas
se oyen muestran a las claras lo que se denuncia y
reivindica: “¡Terrorismo inmobiliario, no!”; “Gente sin
casa, casas sin gente”; “Seguimos sin techo ni derecho,
hipotecados, endeudados o dejándonos la mayor parte del
sueldo en el alquiler”.
Las razones de este desfase entre proclamación del
derecho y su realización práctica son múltiples, pero la
fundamental es un sistema que promueve la búsqueda del
máximo beneficio a costa de todo y de todos que, como el
rey Midas, busca extraer oro de todo, hasta de las
necesidades de las personas.
Para ver la importancia y legitimidad de la
reivindicación de este Derecho a la vivienda podemos
empezar haciéndonos eco de lo que evoca para nosotros la
palabra “casa”. La casa es lugar de encuentro y de acogida.
“Casa” sugiere confidencia, ternura, bondad, encuentro.
En casa siempre somos esperados. Se trata de algunas de
las experiencias más dichosas que las personas vivimos. La
casa evoca seguridad y protección. La casa te guarda, te
protege de las adversidades del exterior: del agua, del frío,
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El
derecho a la
vivienda
D. Carrera y J. A. Lobo
La casa es lugar de encuentro
y acogida. “Casa” sugiere
confidencia, ternura, bondad...
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importantes las siguientes propuestas: Apostar por nuevas
tipologías de viviendas, para adaptar la oferta a los
cambios en las estructuras familiares; frente a la subida de
los precios la alternativa sería las subvenciones a las rentas;
crear un parque público de vivienda en alquiler social
atractivo para los ciudadanos: un parque de alquiler
estable, seguro y accesible a las necesidades contribuirá con
el tiempo a facilitar el cambio de la propiedad al alquiler;
incrementar el gasto público destinado a vivienda;
aumentar las viviendas de promoción pública y la
vivienda protegida en alquiler; crear registros públicos de
demandantes de vivienda; eliminar el apoyo fiscal a la
compra o igualar ese apoyo a los inquilinos; caminar hacia
la concertación entre los diferentes actores implicados;
conseguir con efectividad que se pueda hacer el proceso de
cambio de un alojamiento temporal a un alojamiento
estable, con intervenciones integrales y en red. En
definitiva, se impone la necesidad de alojamientos estables,
adecuados y accesibles para dar respuesta al derecho de
una vivienda digna para todos los ciudadanos.
del calor. En la casa nos sentimos a salvo. La casa es el lugar
donde crecemos y maduramos como personas. La casa es
testigo y compañera de nuestros pasos y de nuestro ser
itinerante. Una casa se construye en atención a los demás,
evoca una familia. La casa tiene poder de integración, de
convocatoria. Un hombre sin casa es un ser disperso y
perdido. La casa evoca de manera muy particular el amor
fraterno. Construyen la casa los que en ella viven, los que
en ella dialogan, los que en ella lloran, los que en ella ríen,
los que en ella discuten, los que en ella se quieren. Cada
casa tiene el alma y el espíritu de quien habita en ella. La
casa rezuma lo que en ella se ha vivido: nacimientos,
despedidas, vivencias personales y colectivas de sus
moradores. Cada casa tiene su propia historia. La casa es
hogar para compartir. En la casa se comparten horas de
dicha y de tristeza. Es espacio privilegiado de celebración.
Se comparte el descanso; la casa es como una inmensa cuna
que nos sostiene, que nos da reposo. ¡Por fin estoy en casa!,
decimos. Descansamos al entrar en ella. La casa es lugar
para el cultivo de la interioridad. La casa favorece el
silencio, el pensamiento, la escucha. Sólo se dan los ruidos
que tú metas en ella, o que tú utilices en ella. La casa es el
lugar donde eres tú mismo, sin disimulos, sin caretas, sin
importarte las apariencias, el qué dirán. En casa andas
tranquilamente en zapatillas, no importa lo exterior, el ser
otro. La casa te pide que la cuides, que la limpies, que la
trates bien, pero te da todo el poder sobre ella, te nombra
su dueño. Tú dispones de la llave para entrar y salir, para
abrir y cerrar, y para compartirla con quien tú eliges y
quieres.
Hay casas individuales, aisladas, pero lo normal es estar
adosado, rodeado de vecinos, arriba, abajo, puerta con
puerta. Tener una casa es sentirse acompañado. Tener la
seguridad de que el otro y tú estáis ahí, cerca, para lo que
necesitéis, para lo que os pidáis. Una casa es símbolo de
permanencia. Normalmente una casa es para toda la vida,
no es algo cambiable, pasajero. De ahí que, con el tiempo,
acabe siendo algo muy tuyo.
Por esto, tener una casa es esencial para la persona. Por
esto, el derecho a la vivienda es un derecho humano
fundamental y para hacerlo realidad nos parecen
Un acasa se contruye en
atención a los demás,
evoca una familia.
¡Un techo digno para todos!
¿Es tan extraño lo que está pasando? ¿Tanto nos
sorprende? ¿En serio pensábamos que nuestro sistema
económico es sostenible a medio y largo plazo?
Vamos a pararnos un momento a olvidar la
abrumadora cantidad de información que recibimos a
diario sobre la crisis y las consecuencias que nos tocan de
ella y pensemos un poco. No es muy común este ejercicio,
pero hagamos el esfuerzo. Seguro que descubrimos algo
que merece la pena saber.
Hace tiempo que sabemos que nuestro sistema
económico sufre ciertos “desajustes” que permiten
corregirlo y engrasarlo para que siga funcionando un rato
más. Cuando eso sucede nos llevamos las manos a la
cabeza y, con razón, nos quejamos de que no podemos
seguir así. Lo malo es que no nos lo creemos del todo, y
en cuanto la cosa se recompone (surgen nuevas industrias,
los parados se acomodan a sus subsidios o a las ayudas
sociales, los prejubilados aprenden a vivir otra vida y el
consumo crece) seguimos encantados atrapados en el
mismo modelo económico pensando que algún día quizá
tengamos la suerte de ser uno de esos pocos privilegiados
que disfrutan de tanto como le falta al resto. Esta es la
primera reflexión: este sistema económico, que es como
una pirámide con unos pocos privilegiados en la cumbre
y muchos desheredados en la base, sólo puede subsistir
con nuestra complicidad, con nuestra anuencia y
aprobación. Hemos aceptado que todo es posible, que el
objetivo es el mayor rendimiento en el menor tiempo, que
cualquier cosa es mercancía, es decir, puede ser comprada
y vendida, que se trata de crecer, a cualquier precio. Dicho
de otro modo: somos una sociedad de piratas, de
depredadores autorizados con patente de corso que
prestan valiosísimos servicios a quienes detentan el
auténtico poder: las grandes corporaciones internacionales.
Por poner un ejemplo: ¿alguien sabe algo de
lo que pasa cada día en el Congo, país que tiene la
desgracia de albergar en su suelo el 80% de las reservas de
coltán del planeta, mineral imprescindible para nuestro
actual desarrollo en tecnología electrónica? Hay mil
ejemplos más, pero este es especialmente sangrante:
¿quién no usa un móvil, un reproductor mp3 o un
12
¡Piratas!
M. Arza y B. Ibáñez
J. M. Contreras, A. Díaz,
Este sistema económico es como
una pirámide con unos pocos
privilegiados en la cumbre.
13
hambre. Directamente. Sin remedio. Y es curioso porque
hay quien afirma que en el 2050 habrá en el planeta más
del doble de sus actuales habitantes: ¿qué habrá que hacer
entonces para que todos puedan alimentarse?
Así que entonces, tenemos que pensar cómo
producimos energía y cómo vamos a alimentarnos sin
depredar el planeta como lo hemos hecho en el último
siglo y medio.
Esta barbaridad global no es sólo injusta, además es
insostenible. Ni en la economía, ni en la alimentación ni en
la energía podemos mantener esta forma de vida. Se ha
roto víctima de su propio afán depredador. Pero la codicia,
el pirateo, está tan arraigado que no nos lo extirparemos
por las buenas. ¿Alguien conoce a alguno de los
responsables del desaguisado? ¿Alguien recuerda que hace
poco más de un año el director de la FAO pidió en la ONU
30.000 millones de dólares USA para terminar con el
hambre en el mundo y se los negaron, y hace unos meses
sólo USA aprobó destinar 200.000 millones de dólares al
rescate de los piratas financieros? La cuestión no es sólo de
proporciones, es también de sujetos: a quién afecta en un
caso y en otro, y en este caso, el número de los afectados
por el hambre en el plantea supera con creces al número
de afectados por las rentables mentiras de la bolsa.
Son tiempos felices para determinados análisis
alternativos. Privatizar los beneficios y socializar las
pérdidas es una forma de hacer las cosas propias de
piratas. En otro tiempo los piratas eran perseguidos y
tenían un punto épico por la valía de sus servicios a los
imperios. Hoy la cosa tiene otro cariz. Los piratas han
conseguido enseñorearse de los imperios y campar a sus
anchas, son los señores del mundo. Y lo que es peor: nos
han convencido de que esta es la mejor manera de vivir,
de hacer y de “gestionar” las relaciones y la economía.
¡Pirateemos! ¡Triunfemos! ¡Tengamos éxito y llenemos a
rebosar cuanto antes nuestras cuentas! Si no lo hacemos
nosotros, otros lo harán. Además, si no hacemos las cosas
así, será todavía mucho peor. Si no creamos riqueza, no
podremos distribuirla. ¿A que suenan familiares y
convincentes todos estos mensajes?
ordenador a diario? Ahí lo tenemos: el coltán manchado
de sangre en nuestras manos.
Sigamos pensando. Hace tiempo también que sabemos
que vivimos en un mundo globalizado. Eso significa
muchas cosas: podemos saber qué pasa en cualquier parte,
comer comida de casi cualquier lugar, contemplar
cualquier remoto rincón del planeta, y significa también
que lo que pasa en cualquier parte, aunque no nos
enteremos, nos está pasando a nosotros. Y claro, estamos
viviendo la primera crisis dentro de un mundo
globalizado. Es como un gran juego de esos con fichas de
dominó. Alguien empujó una ficha en Estados Unidos, y
han ido cayendo una tras otra todas las demás. Aquí hay
que pensar muchas cosas, pero hay una especialmente
notable: nosotros estamos hablando de la crisis económica
financiera, que es la que está afectando a nuestras familias
de forma directa. Pero la crisis también es (lleva meses
siéndolo, aunque no nos hayamos enterado) alimentaria y
energética (por no tocar de nuevo la climática, que tiene
también sus estrechas relaciones con las tres que acabamos
de mencionar). La crisis energética nos tocó algo el bolsillo
porque se disparó el precio del petróleo y mover nuestros
coches, camiones o aviones ya no es tan “barato”. Pero
ahora que el precio del petróleo y los carburantes ha
vuelto a bajar nos parece que la cosa se ha resuelto. En esto
tampoco podemos engañarnos: este es un problema
enorme que pone en jaque la forma de vida que se ha
implantado en los llamados países desarrollados a lo largo
del siglo XX. El petróleo ha subido un 400% en cuatro
años. Esto no es una simple y lucrativa maniobra
especulativa. Es el síntoma de que estamos alcanzando un
límite en la explotación de los recursos del plantea. Y va
muy en serio: los expertos piensan que no hay petróleo en
el planeta para más de 20 o 30 años en el consumo actual:
¿y si ese consumo crece con la incorporación de la India y
China al consumo de gasolinas, por ejemplo? La crisis
alimentaria sólo nos ha airado: nos ha subido una
barbaridad el precio de los alimentos frescos y de la cesta
básica, pero no hemos llegado a pasar hambre. Y esto es
mucho más serio que la crisis de las hipotecas y el
derrumbe de las bolsas, que tampoco es para tomárselo a
broma. La gente que sufre directamente la crisis
alimentaria no se queja de los precios, sólo se muere de
Hemos aceptado que todo es
posible, el mayor rendimiento
en el menor tiempo.
Somos una sociedad de piratas,
de depredadores autorizados
con patente de corso.
No están mal los diagnósticos de la situación, los
análisis y las predicciones. Pero con esto no basta. Sobre
todo urge que nos inventemos la vida de nuevo porque
está tan remendada, tan parcheada que ya no aguanta un
remiendo más. Decíamos al principio que este sistema sólo
subsiste porque le prestamos nuestra aprobación, jugamos
en él, con sus reglas, sus valores y sus metas. Pero, ¿y si
dejásemos de hacerlo?; ¿y si fuésemos capaces de inventar
una forma de economía no especulativa, sino justa y
responsable en todos sus aspectos, que asumiese que el
objetivo no es el inexorable incremento de beneficios?; ¿y
si aprendiésemos que el objetivo no tiene por qué ser el
crecimiento a toda costa?; ¿y si nos convenciésemos que
necesitamos un cambio radical en el modo de establecer
relaciones económicas, productivas, políticas?; ¿y si
invirtiésemos todo ese dinero destinado a “salvar el
sistema financiero” en educación, salud, industria
manufacturera local, investigación, bienestar social?; ¿será
posible tomarse en serio las teorías económicas que hablan
del decrecimiento?; ¿reaccionaremos los ciudadanos?
Si no reaccionamos nosotros, no lo harán los
beneficiarios de tanta medida de crisis. Quizá sea hora de
recuperar el sentido del límite, recordarnos que no todo
es posible y que hay muchas cosas que, siendo deseables,
hemos decretado imposibles sencillamente porque no son
convenientes para los intereses del mundo acomodado. A
lo mejor descubrimos que economía, justicia, solidaridad,
bien común, desarrollo y muchas otras realidades
deseables no son necesariamente incompatibles entre sí. Y
puede que a lo mejor nos guste, y descubramos que nos
sienta bien, a todos.
¿A qué estamos esperando entonces para explorar,
ensayar y adoptar estas nuevas formas de vivir?
14
Si no reaccionamos nosotros,
no lo harán los beneficiarios de
tanta medida de crisis.
A propósito de la crisis “histórica” de 2008 (en adelante).
15
Un día como hoy [el texto es de 2010] hace ya 62 años, el
10 de diciembre de 1948, fue adoptada por la Asamblea
General de Naciones Unidas en París ‑en su Resolución
217 A (III)‑ la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. Fue el resultado de la síntesis histórica de casi
doscientos años de trabajo y esfuerzo por expresar los
valores humanos básicos en términos de derechos,
inspirados en diversas tradiciones culturales, religiosas y
legales. Hoy, sigue siendo el documento de mayor
autoridad moral y legal en Derechos Humanos, a la par
que el más vulnerado.
Fue un documento que nació de la racionalidad de una
postguerra mundial y estableció un marco de referencia
idóneo donde la comunidad internacional asentara su
conciencia. Pero la sociedad va evolucionando y de la
ciencia prepotente de la modernidad, se pasó a la
decadencia relativista de la postmodernidad, donde el valor
imperante que sobrevivió fue el individualismo egoico,
que pasó de local a global. Y dijo Gandhi: “Ojo por ojo, y
el mundo quedará ciego”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos
fue gestada desde la mente y bienvenida fue, pero si no
conseguimos respetarla y refrendarla desde el corazón,
desde el corazón de cada uno de nosotros, oscilará al ritmo
de la conveniencia y no de la justicia y de la dignidad de
todos. La mente crea el puente pero es el corazón quien lo
cruza. Gandhi lo volvió a decir: “La ciencia sin
espiritualidad nos lleva a la destrucción y a la infelicidad”.
La mente ha llegado a su tope de eficiencia, ha de ser
tocada por el corazón para ser transcendida en
espiritualidad y sólo en ese momento el uno será el todo y
yo seré tú. Sin embargo, mientras siga siendo la mente la
única protagonista, los intereses individuales nos llevarán
en nuestro día a día a no respetar al más cercano. Estamos
acostumbrados a delegar las responsabilidades en los
Estados, en las multinacionales, olvidando que ambos son
posibles porque están dirigidas por personas y olvidando
que la Humanidad es no es individual, es un organismo
global donde cada parte y cada célula afecta a las demás.
Una explosión espiritual universal conseguiría que los seres
humanos fuéramos realmente iguales en dignidad, porque
Pobres del
mundo,
uníos
Silvia Giménez Rodríguez
Fue un texto que nació de la
racionalidad de una
postguerra mundial.
asumiríamos el primer artículo de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Artículo 1: “Todos los seres
humanos nacen libres en dignidad y derechos y, dotados
como están de razón y conciencia, deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros”.
En esta jornada de conmemoración de los Derechos
Humanos, esta vez en vez de proponer la denuncia de lo
vulnerado, propongo la reflexión de cada uno de nosotros
en la responsabilidad colectiva. ¿Cómo contribuimos en
nuestro día a día al respeto por el otro, a la no vulneración
de sus derechos desde lo más sencillo? ¿Cuán somos
capaces de renunciar a nuestro interés particular en aras
del interés colectivo? ¿Cuán somos capaces de estar atentos
en nuestras conductas?: en nuestro consumo; en nuestra
manera de tratar al diferente; en nuestra forma de juzgar
al inmigrante; en nuestra movilización por el vulnerado;
en el uso de la palabra, su tono y contenido; en el respeto
por la Tierra Sagrada; en el ejercicio diario de la paz, de la
tolerancia, de la participación en la cosa común; en la
generación de violencia. ¿Cuán somos capaces de
indignarnos y decir no a las injusticias cercanas? ¿Cuán
somos capaces de compartir: alegría, dolor, comodidades?
¿Cuán somos capaces de ser conscientes, despiertos, y de
afectarnos por el otro? ¿Cuán somos capaces de hacer
nuestro el artículo primero de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos y vivir la fraternidad?
La transformación de la sociedad y sus debilidades pasa
por la transformación de uno mismo; la transformación de
uno mismo pasa por la transcendencia del yo en el tú,
creando un nosotros desde el corazón, que nos encuentra
y nos moviliza. ¿Qué tal si por esta vez en vez de denunciar
al otro que vulnera los Derechos Humanos nos revisarnos
a nosotros mismos?
16
¿Cuán somos capaces de
indignarnos y decir no a las
injusticias cercanas?
Pobres del mundo, uníos. Ciudadanos del mundo, uníos.
Personas del mundo, encontraos.
17
Buscando una actitud personal de coherencia, queremos
y necesitamos comprometernos con este planeta en el que
vivimos, pero en muchas ocasiones no sabemos cómo
hacerlo. En este mundo gobalizado y complejo, el
ciudadano de a pie se encuentra desorientado, sin saber
qué actitud tomar, y qué camino seguir. A a pesar de la
gran información, nos sentimos desinformados y sentimos
que nada es lo que parece. Muchos de nosotros somos
conscientes de que tenemos una deuda pendiente con la
tierra. El planeta que nos sirve de sustento nos facilita el
aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que
comemos, y somos nosotros los ciudadanos anónimos los
que estamos iniciando el camino para cambiar la
mentalidad de la sociedad y pasar de una economía basada
en la sobreexpoltación de la tierra a la de un desarrollo
sostenible.
Desde Acción Verapaz Sevilla consideramos que los
argumentos aportados por la ciencia de la ecología y por
los movimientos ecologistas se han convertido en punta
de lanza para transformar nuestro mundo en un lugar más
justo; además pueden ayudarnos a realizar una crítica
sistémica y rigurosa a los poderes imperantes en nuestro
mundo en múltiples dimensiones: política, económica y
social. Por todo ello, organizamos unas jornadas de tres
días para reflexionar acerca de “la mirada ecológica” sobre
nuestro mundo en marzo del 2011. Invitamos a profesores
de la universidad especialistas en ecología, miembros de
ONG, como Intermon, y personas preocupadas por la
dimensión espirirual de la ecología. Las aportaciones que
vienen a continuación son producto de una reflexión crítica
del grupo de Acción Verapaz Sevilla, de las ponencias y
de los debates suscitados por estas ponencias.
Somos conscientes de que la tierra tiene capacidad para
regenerarse, siempre que el impacto no sea grande. El
problema es que, en la actualidad, el impacto que estamos
produciendo es casi irreversible, por lo que estamos
afectando a todo el ecosistema de la tierra, que lleva
funcionando millones de años con unos mecanismos
internos que lo autorregulan. Estos mecanismos han
resultado ser apropiados, por lo que podríamos intentar
imitarlos.
La
mirada
ecológica
Delegación de Sevilla
Necesitamos comprometernos
con este planeta
en el que vivimos.
Uno de ellos es que la transmisión de energía entre los
elementos del llamado "ecosistema tierra" es vertical y no
horizontal (salvo los ríos). Por ello nuestra interrelación
con los demás elementos de nuestro ecosistema debería
ser vertical. Esto implica, por ejemplo, que cada cosa que
consumimos debe ser adquirida cerca del lugar de
producción, para que el impacto en el ecosistema sea
menor. Nos debemos replantear nuestra forma de
consumir, ya que en realidad nosotros no pagamos lo que
realmente valen las cosas, porque si fuera así, un plátano
de Chile sería más caro que uno de Granada, lo cual implica
que hay costes que está asumiendo alguien (ya sea la tierra,
el ecosistema, el aire o las injusticias sociales que algunas
poblaciones soportan).
Otro planteamiento a tener en cuenta es si tenemos
derecho a comer todo lo que queramos cuando queramos.
Lo que, a su vez, nos lleva a plantearnos a costa de qué lo
hacemos. ¿El tener dinero en el bolsillo nos da derecho a
querer comer kiwis de Nueva Zelanda? ¿No tenemos
suficiente con las naranjas, por ejemplo? Comer kiwis
neozelandeses o piñas tropicales en invierno es signo de
que estamos alterando algo, porque en condiciones
normales no los tendríamos. Estamos abusando de su
transporte y su plantación.
Por otra parte, se está produciendo una especialización
en la producción, ya que el monocultivo abarata el
producto, pero esto implica dejar la economía de países
enteros o grandes regiones a merced de los avatares de la
cosecha de un solo producto, con lo que pasarán a
depender de los precios que marquen los mercados
internacionales. Y las oscilaciones de estos mercados puede
provocar su ruina eonómica. Además, al producir un solo
producto pueden llegar a provocarse problemas de
alimentación de esas capas sociales eminentemente
agrícolas, que además de empobrecidas por los precios tan
bajos recibidos por sus cosechas, se ven en la obligación
de comprar el resto de los productos necesarios para su
sustento.
De esta manera estamos configurando un sistema
alimenticio donde teóricamente los distintos productores
se encargan de un solo producto y posteriormente el
mercado los redistribuye todos. Pero esto es una ficción,
porque esta redistribución no es justa ni equitativa. El que
dispone de dinero no tiene problemas, acude al mercado
cada día y compra los productos que necesita cada día.
Pero en los países pobres, la situación no es la misma, los
pequeños productores compiten con las grandes
plantaciones, en las que los costes de producción son muy
bajos. Por otra parte, los precios de venta de las cosechas
oscilan debido a la especulación. De esta forma, debido a
la competencia con los grandes productores y a la
especulación de los mercados, los pequeños propietarios
reciben precios muy bajos con los que ni siquiera cubren
los costes e incluso puede llegar a suceder que nadie
compre sus cosechas en los casos de excedente de
producción. Así, los pequeños productores de los países
pobres llegan a vivir situaciones desesperadas, ya que no
reciben el dinero que esperaban por sus cosechas y sin
embargo cada día tienen la necesidad de adquirir alimentos
de primera necesidad para su sustento y el de su familia,
productos que por otra parte no han cultivado y que no
pueden comprar. De este modo esta especialización ha
provocado un mayor empobrecimiento de la población,
que en muchos casos lleva hasta verdaderas hambrunas.
Desde el concepto de huella ecológica podemos
plantearnos (tanto desde un planteamiento cristiano, como
desde un no cristiano, pero siempre comprometidos con
el ser humano) que si un objetivo ético a conseguir es el
reparto de los recursos naturales de una forma justa entre
todos los seres humanos, entonces: ¿Somos conscientes de
que nuestra forma de consumo haría que, con todo el
dinero del mundo, eso no fuera posible porque no hay
Tierra, Planeta, para todo ese consumo? La pregunta que
podemos hacernos es : todo lo que creemos necesitar ¿lo
necesitamos realmente? Por ejemplo, renovar el móvil,
cambiar la televisión que todavía funciona por una de
pantalla plana, o comprar un vestido nuevo... ¿lo
necesitamos o la sociedad nos hace creer que lo
necesitamos? Sería interesante que cada uno de nosotros
reflexionáramos antes de hacer una nueva compra.
Respecto de las crisis alimenticias, hemos visto cómo
se producía una de gran volumen a nivel global,
18
Comer piñas tropicales en
invierno es signo de que
estamos alterando algo.
El ecologismo llega a nosotros
cuando ya hemos talado gran parte
de nuestras masas forestales.
19
y suplimos esta deficiencia con producciones intensivas o
con productos traídos de otros países. Nos hemos
industrializado, pero hemos contaminado nuestros ríos y
nuestras costas con los residuos. Y, aunque la relación
entre explotación de la naturaleza y mejora de las
condiciones de vida no sea directa y lineal, es indudable
que este ha sido, por lo menos en parte, el precio que
hemos pagado por conseguir tener la esperanza de vida
mayor de la historia, por vivir en casas con luz eléctrica,
agua potable y saneamientos, por disfrutar en mayor o
menor medida del estado del bienestar, donde la sanidad
y la educación son públicas.
En este momento, nuestra economía se basa en el sector
de los servicios. Pero nuestras multinacionales siguen
controlando la producción en los países en vías de
desarrollo, a los que hemos pasado el testigo de la
contaminación.
Ahora, cuando vivimos cómodamente y hemos
alcanzado un alto nivel de desarrollo tecnológico, es cuando
reparamos en el medio natural que tenemos a nuestro
alrededor y que estamos destruyendo. Ahora establecemos
normativas intentando defender los recursos naturales,
investigamos en energías alternativas al petróleo, pero sin
renunciar a nuestro nivel de vida. Sabemos que si toda la
población de la tierra viviera como nosotros, el planeta no
resistiría. No habría alimentos suficientes, ni petróleo
suficiente.
Por lo tanto, cuando nos planteamos la revisión
ecológica de nuestro modelo de desarrollo, en realidad
¿nos cuestionamos verdaderamente nuestro modelo, o lo
que ponemos en duda es que otros (los llamados países
emergentes concretamente) sigan nuestro modelo de
desarrollo? ¿Cabe la posibilidad de que dentro de esta
moda de lo "politicamente correcto", la mirada esté más
puesta en el discurso politico y el lenguaje, que en una
verdadera revisión de los pilares sobre los que se sustenta
nuentra sociedad? Desde esta postura crítica ¿la mirada
ecológica no corre el riesgo de convertirse en una
impostura? ¿No será en realidad una válvula de escape
para que nada cambie y para acallar las voces críticas, pero
principalmente porque los especuladores han entrado en
el mercado de los alimentos, bajo la ambigua denominación
de "mercados de futuro". Estos especuladores, que compran
las cosechas con varios años de antelación, suben después
los precios a su antojo, provocando directamente la escasez
de alimentos básicos y por lo tanto las hambrunas en los
países pobres.
En este sentido se hace necesario hacer una reflexión
profunda sobre la producción de biocombustibles, ya que
se están empleando para su producción superficies de
cultivo que hasta ahora se destinaban a la producción de
alimentos para el consumo humano. Pero ahora se da la
paradoja de que es más rentable destinar la producción a
la fabricación de biocombustibles para los países ricos
que destinarlo al alimento de los países pobres. ¿Realmente
los biocombustibles son un adelanto para toda la
humanidad o simplemente son un parche políticamente
correcto, que sirve para acallar el espíritu ecológico de los
habitantes de los países desarrollados (tan concienciados
ahora con el medio ambiente), y tapar la realidad que
queda detrás, a saber, el empobrecimiento de los pequeños
productores y la subida drástica de los precios de los
productos de primera necesidad para los países en vías de
desarrollo, con la consecuentes hambrunas?
Con la mirada ecológica, hemos aprendido a valorar
los costes ocultos de la dependencia del petróleo, incluido
el del calentamiento global. De igual forma, no deberíamos
olvidar los de la energía nuclear, o de los cultivos
transgénicos, por poner dos ejemplos totalmente diferentes.
Desde una perspectiva crítica, creemos que, con respecto
a las medidas proteccionistas, deberíamos distinguir entre
los países desarrollados y los que aún estan en vías de
desarrollo. El ecologismo llega a nosotros (los países
desarrollados) cuando ya hemos talado gran parte de
nuestras masas forestales, repoblando con especies no
autóctonas en algunos casos o dedicando al cultivo otra
gran parte de estas tierras. Hemos introducido cultivos
ajenos a nosotros (como el maíz) para alimentar a los
animales, aumentando de forma considerable su número
hasta el punto de que nuestra tierra no los puede mantener
Nuestras multinacionales siguen
controlando la producción en los
países en desarrollo.
Si toda la población de la tierra
viviera como nosotros
el planeta no resistiría.
poder seguir evolucionando en la línea del crecimiento
económico y la especulación de los mercados?
Finalmente, en cuanto a la ecología y espiritualidad, la
ecología no puede ser una sincera opción por la defensa
de la naturaleza desde una perspectiva cristiana si no la
integramos en nuestra espiritualidad, si no nos sentimos
profundamente unidos a la corriente de vida, muerte y
resurrección que nos desborda e inunda, que no
comprendemos y a veces nos asusta, pero que nos abraza
misteriosamente.
20
Texto surgido a partir de las Jornadas de Reflexión
Acción Verapaz Sevilla 2011.
21
Vaya por delante que a mí un estado de indignación
personal o social que se alarga en el tiempo no me parece
algo muy saludable. Más bien creo que una respuesta
indignada sólo es útil si constituye el detonante de un
cambio, de una actuación a largo plazo orientada por unos
objetivos y criterios bien definidos. Lo demás
probablemente no pase de ser manifestaciones airadas que
no llevan a ningún sitio, o protestas que se enquistan y
generan tensiones que, de no controlarse, pueden llegar a
convertirse en conflictos inesperados. Sin embargo, la
impresión general es que desde hace aproximadamente
un año todos tenemos razones para estar indignados. Es
más: hay que indignarse, pero hay que hacerlo
argumentos.
No es mi intención enumerar en este texto todo lo que
a nuestro alrededor nos puede resultar indignante.
Básicamente, porque muchos otros ya lo han hecho mejor
que yo y, además, porque probablemente existan tantas
listas de razones como ciudadanas y ciudadanos hay en
este país, y seguro que me dejaría alguna. En este momento
me parece más oportuno que nos cuestionemos si nuestra
postura ante la situación general, estemos indignados o
no, resulta de alguna manera constructiva.
Tiempos de crisis
Sin hacer un análisis profundo de la realidad que nos
rodea, sí me atrevo a señalar tres aspectos que desde mi
punto de vista están caracterizando el ambiente social de
estos últimos meses: el aumento constante de la
precariedad, el desconcierto generalizado, con una
sensación creciente de miedo, y el deterioro de una
generación de jóvenes cada vez más desengañados.
Todo lo que nos pasa parece haberse reducido a un
conjunto de cifras que los responsables políticos y medios
de comunicación se encargan de recordarnos a diario, y
que hasta llegan a convertirse en comidilla de todo tipo
de conversaciones. No sé si habrá existido algún período
en la historia reciente de Europa y de nuestro país en el
que se haya hablado y debatido tanto sobre deuda,
presupuestos, índices macroeconómicos, solvencia
financiera..., y en definitiva, sobre conceptos hasta ahora
exclusivos del ámbito de los expertos en economía. Para
los gobiernos, esas cifras nos dan la medida de los
problemas y marcan el camino a seguir, y se esfuerzan en
convencernos de ello; todo lo demás parece que no
existiera. Pero a la gran mayoría de ciudadanos lo que de
verdad nos hace conscientes de la situación es simplemente
mirar a nuestro alrededor, comprobar cómo cada vez más
Razones
para la
indignación,
argumentos
para la
dignidad
Javier González Ruiz de Zárate
personas que conocemos tienen problemas laborales, no
pueden afrontar sus préstamos, ven desaparecer su medio
de vida o se plantean, en el caso de los más jóvenes,
marcharse lejos de su país, como hace 50 años. La
precariedad, cuando no pobreza, está llamando a la puerta
de muchos hogares, y crece el número de familias que
viven en la inseguridad de no saber en qué situación se
van a encontrar el día de mañana. Por encima de cualquier
otro indicador, esta pérdida de seguridad y de confianza
en la capacidad de la sociedad para garantizar un futuro
constituye la medida real de cómo nos encontramos, y
está afectando en especial a muchos jóvenes que no sólo
ven frustradas sus intenciones de trabajar en aquello para
lo que están preparados, sino que descubren que les han
robado su capacidad de decisión y la libertad de hacer lo
que quieren con su vida.
Todo esto resulta novedoso para la vieja Europa, que
no estaba preparada para enfrentarse a este clima social,
y su efecto sorpresa se ha instalado entre nosotros; algunos
todavía están preguntándose qué está pasando, otros
muchos se sienten engañados por el sistema, y casi todos
observamos incrédulos que nuestro nivel de vida y modelo
de protección social corre serio peligro.
Nada ni nadie parece escapar al desconcierto, aunque
en realidad, yo no creo que las reglas del juego hayan
cambiado. Nuestro sistema económico y social se rige
por los mismos principios de siempre: prioriza el
beneficio económico por encima de todo, mercantiliza
todo lo que toca, siempre tiene que crecer y, para
conseguirlo, si debe sacrificar o excluir a las personas, lo
hace sin pudor. Nuestro principal problema hoy es que
hasta ahora esas reglas nos convertían en ganadores, eran
otros los que perdían: básicamente todos los países que
llevan décadas instalados en la pobreza y un cierto
porcentaje de población excluida presente en las propias
sociedades ricas, eso sí, no tan elevado como el actual. Y
al instalarse esta crisis, que está afectando en especial a
los países ricos, nos hemos apresurado a reclamar que
así no nos gusta jugar, que queremos volver a lo de antes
y que quizás (pero sólo quizás) haya que revisar las
reglas.
Y por supuesto, reaccionamos
Ante este caos, insisto que inesperado, se están dando
diferentes reacciones, la mayoría profundamente
contradictorias: miramos a los responsables políticos
esperando respuestas y sólo encontramos dudas,
predicciones fallidas y promesas que, para no perder la
costumbre, no se llegan a cumplir; la misma clase dirigente
que ahora hace bandera de la austeridad ha sido la
responsable de todos los derroches, despropósitos y
corruptelas que, a fuerza de insistir, ella solita está
consiguiendo sacar a la luz pública; los mismos bancos
que han desencadenado la crisis financiera son los
principales beneficiarios de las ayudas, mientras se
produce un drástico recorte del gasto público. Los políticos
parecen incapaces de llegar a acuerdos, pero casi todos
aplican las mismas recetas: ¿alguien escuchó en el debate
electoral entre los candidatos de los dos partidos políticos
que concentran más del 80% del voto ciudadano alguna
mención a la cultura, la cooperación internacional, el
medio ambiente, el mundo rural... ? ¿Alguien los oyó
hablar de la lucha contra el fraude fiscal? A estas alturas
ya se ha podido comprobar que sus políticas de ajuste no
están sirviendo para nada: sólo crean más precariedad,
más inseguridad y más desconcierto.
Entre la población la reacción más visible ha sido la
movilización del llamado Movimiento 15 M, también
conocidos como “indignados”. Si algo merece destacarse
de sus protestas es precisamente que se hayan producido.
Han sido los verdaderos artífices de que la población haya
tomado cierta conciencia de que es posible salir a la calle
y reivindicar una necesaria regeneración democrática que
pase por aumentar la participación ciudadana, y han
conseguido sorprender a los políticos, e incluso colar en
su agenda algunas cuestiones referentes a la vivienda, la
fiscalidad o los derechos sociales. También han servido
de altavoz y han rescatado para los medios de
comunicación viejas reivindicaciones de colectivos de
derechos humanos, ONGs y plataformas sociales, que
llevaban mucho tiempo demandando cambios y
soluciones. Sin embargo, ni siquiera esta movilización ha
conseguido escapar a las contradicciones en las que nos
movemos: estando respaldada por un 70% de la población,
sus demandas están muy alejadas de las propuestas
políticas que por otro lado han sido votadas
mayoritariamente por los españoles en las dos últimas
elecciones locales y nacionales. Incluso su fuerza parece
haberse diluido con el paso de los meses, quizás
debilitados por una sociedad que, a la hora de la verdad,
no les acompaña.
22
Algunos todavía están
preguntándose qué está
pasando.
23
olvidar el contexto global y su vinculación con lo que nos
sucede. Hay otras crisis, más antiguas y más destructivas,
que quizás sólo sean otras caras de una única crisis: la del
modelo global en el que vivimos. Debemos afrontar el
reto de definir un nuevo modelo que no resuelva
únicamente los problemas más actuales, los de los países
recién llegados a la crisis, sin dar al mismo tiempo una
solución a las desigualdades y la pobreza, o al deterioro
ecológico. El reto de no caer en la tentación de gritar “los
ricos primero” al comprobar que el barco donde vamos
todos puede llegar a hundirse, aunque para muchos en
realidad lleve décadas hundiéndose.
En segundo lugar, esto pasará inevitablemente por
revisar nuestro modelo de consumo y por educarnos en
una idea de “bien‑estar” que no se reduzca al disfrute de
bienes materiales. De hecho, deberíamos ser capaces de
vivir mejor con menos, no porque se nos impongan
recortes o austeridades desde los gobiernos, sino como
consecuencia de una transformación de tipo cultural, que
cree las condiciones para aceptar un estilo de vida con
otros valores.
En tercer lugar, en ese nuevo modelo es seguro que los
ciudadanos europeos y del llamado mundo desarrollado
tendremos que renunciar a muchas de nuestras
comodidades, pero también a muchas de nuestras
esclavitudes. Ante ese cambio y esa renuncia, tendremos
que poner en valor las oportunidades que se puedan
presentar: trabajar para vivir y no vivir para trabajar,
profundizar en una cultura de solidaridad sin exclusiones,
disfrutar de un entorno natural sano, universalizar el
acceso a la salud y la cultura... Suena a utopías, pero no
podemos aspirar a menos.
Y en último lugar, y quizás como primer reto y el más
difícil, tenemos que analizar en qué medida cada uno de
nosotros y nosotras estamos contribuyendo a que nuestro
estilo de vida sea como es, y decidir hasta qué punto
estaremos dispuestos a sacrificar libremente nuestros
privilegios para que pueda ser diferente. No podemos
echar balones fuera, responsabilizar de todo únicamente
a políticos, banqueros o empresarios, porque eso es algo
así como reconocer que no podemos hacer nada por
nosotros mismos. Y aunque sea en lo pequeño o en lo
simbólico, tendremos que asumir que es necesario ir dando
pasos para conseguir un mundo más justo para todos.
En definitiva, propongo no buscar más razones para la
indignación, sino argumentos que permitan recuperar la
dignidad: la individual y la colectiva, la del que sufre pero
Pero en mi opinión, la reacción más significativa, por
resultar preocupante y especialmente contradictoria, es la
de esa población que se dice indignada (llamémosles
indignados pasivos) y que fruto del desconcierto, del
discurso político imperante y de la percepción general de
que las soluciones no llegan, está pasando de la
inseguridad al miedo. Y es que la reacción ante el miedo a
perder lo que se tiene también puede tomar la forma de la
indignación. Una indignación que no cuestiona el sistema,
sino que sólo busca protegerse, defender la situación
individual ante lo que considera una amenaza para su
calidad de vida, y que culpabiliza de los problemas a
quienes no dejan de ser víctimas de los mismos. Es la
indignación contra los inmigrantes, que habiendo
malvivido en sus países malviven también aquí; los
perceptores de ayudas sociales, a quienes parece
responsabilizarse de todos los fraudes; las trabajadoras y
trabajadores públicos, a los que se mira con recelo por
disponer de un trabajo estable del que la mayoría carece,
gracias a los recursos de todos; o contra los que desarrollan
su trabajo apoyándose en subvenciones públicas, como
muchas organizaciones de carácter cultural o social,
fundamentales en la formación de la ciudadanía, pero que
empiezan a ser vistas como unas aprovechadas que sólo
contribuyen al aumento del déficit público. “Con mis
impuestos no” es su grito de guerra, y la desinformación,
muchas veces dirigida, su principal aliada.
Buscando justicia
Por eso, en nuestra actitud indignada ante las
estructuras de poder que nos rodean, y sobre todo, en
nuestra respuesta posterior a los problemas, estamos
obligados a adoptar una posición personal y colectiva que
no esté dirigida por el miedo. Una actitud que señale con
el dedo las verdaderas causas de la situación y favorezca
una verdadera transformación social, lo que nos plantea
algunos retos interesantes.
En primer lugar, aunque en este momento las
reacciones, los esfuerzos y propuestas renovadoras puedan
tener un desarrollo lógico en el entorno social más cercano,
en el aquí y ahora de nuestros problemas, no podemos
Miramos a los políticos
esperando respuestas y sólo
encontramos dudas.
también la nuestra, que parece haber quedado en manos
de quien nos gobierna. Y en esta tarea, nuestra guía de
actuación y el espejo donde mirarnos no serán las cifras
macroeconómicas: serán las personas, todas las caras de
la dignidad.
En agosto de 2005 conocí en persona la realidad de
algo más de 300 personas que permanecían acampadas
en el centro de Managua, junto a la Asamblea Nacional.
Habían llegado a ser miles y llevaban allí casi medio año
sobreviviendo bajo unos plásticos negros, en condiciones
imposibles, con el agravante de que casi todas ellas se
encontraban muy enfermas. Eran campesinos y
campesinas de Chinandega, que por cuarta vez habían
marchado sobre la capital para pedir a la Asamblea su
respaldo al reclamo de justicia que venían haciendo ante
los tribunales estadounidenses y las transnacionales
fruteras por las consecuencias que sobre su salud había
causado el uso indiscriminado de un agroquímico en las
plantaciones de banano, de nombre Nemagón. Se
considera probado que este veneno, mucho después de
ser prohibido en los Estados Unidos en el año 1979, ha
sido el responsable de haber contaminado en Nicaragua
multitud de pozos de agua, haber causado 2.000 muertes,
muchos miles más de enfermos crónicos, niños nacidos
con malformaciones y familias enteras afectadas. Tras
muchos años de demandas, habían conseguido concretar
un conjunto de compromisos de sus gobernantes y el
reconocimiento de que su lucha era “legítima y cívica”.
En palabras de aquella gente, su victoria en los juzgados
simplemente era para morir dignamente. Recuerdo
también perfectamente cómo en la marcha y acampada
realizadas un año y medio antes uno de esos campesinos,
un hombre ya mayor, lloraba desconsolado ante una
cámara de televisión pidiendo perdón a sus compañeros
y compañeras de lucha por sentirse incapaz de
acompañarles en un gesto desesperado por llamar la
atención de las autoridades: habían decidido manifestarse
desnudos ante la Asamblea, y él, simplemente, no podía
hacerlo.
En ninguna de las dos ocasiones sentí que aquellas
personas estuvieran indignadas. Probablemente no tenían
fuerzas suficientes para ello, o quizás ese sentimiento, que
les había impulsado en su momento, había dejado de ser
el motor de su lucha. En cambio, la lucha de esa gente, y
en especial la imagen de aquel hombre en la televisión,
han sido probablemente la mayor demostración de
dignidad que he experimentado en mi vida, ese tipo de
dignidad ante la que sólo cabe mirar para otro lado y
justificarse sin ningún argumento, o reconocerla y
acompañarla solidariamente.
Es posible que a nuestro alrededor algunas situaciones
empiecen a ser igual de desesperadas. Ojalá no les
perdamos la cara.
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No podemos echar balones fuera,
responsabilizar de todo
a los políticos.
Propongo no buscar más razones para
la indignación, sino argumentos que
permitan recuperar la dignidad.